A lo largo del discurso, es fácil observar que la composición está plagada de repeticiones. Pertinaz querría qué esto no fuese así, sin embargo, todo en el universo pareciera repetirse con pequeñas variaciones: el día y la noche, las estaciones, los granos de arena o las estrellas fugaces. De este modo, el discurso también se repite, y sin embargo, cada vez que se expresa, puede entenderse e interpretarse de manera distinta. El discurso es, entonces, una repetición variable: una constante mutación de la misma cosa en sí misma.
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El discurso querría participar de manera activa en la composición. Dejar de ser la repetición de las palabras que conforman el texto. Pertinaz revela esta idea -este deseo -y al hacerlo, transforma o cree transformar el discurso: Modificar su contenido. Quizás es por ello que forma la letra Q, que tanto se parece a la O, pero con una pequeña intervención (un deseo), resulta muy pero muy diferente.

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La existencia ocurre únicamente en el momento presente. Toda cosa está fija al presente y a su vez en movimiento, desde el pasado hacia el futuro. Tal es el caso de quien es Pertinaz, al no cesar en su avance hacia el frente. Quisiera ser algo más que una paradoja; algo más que una serie de pensamientos pasajeros.

Seguramente lo es, pero no le es dado saberlo.

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